La realidad actual presenta un contexto dinámico y cambiante, un “universo en constante mutación” asociado a cambios vertiginosos y multidimensionales sin precedentes que representan innumerables desafíos en las distintas esferas de la actividad humana (sociedad, ciencia, educación, tecnología, producción, cultura, economía, entre otras). Este nuevo contexto, incrementalmente permeado por tecnologías digitales que impactan de manera cada vez más significativa en la sociedad, ha llevado a numerosos países a considerar a sus sistemas educativos como el núcleo de sus estrategias nacionales de innovación, desarrollo y competitividad sustentable. Sin embargo, mientras los cambios tecnológicos y sociales son veloces y profundos, las transformaciones educativas se producen más en las cuestiones de forma que de fondo, y se dan a un ritmo mucho más lento al que la realidad demanda. En este escenario, las instituciones educativas en su conjunto enfrentan desafíos inéditos: no sólo se espera que logren resultados positivos con presupuestos muchas veces limitados, sino también que se modernicen, que ofrezcan un currículum atractivo, que sean innovadoras y que preparen a los jóvenes para actividades profesionales, muchas de las cuales aún no existen. Nada más ni nada menos…
Como resultaría esperable, tan ambiciosos propósitos son generalmente difíciles de alcanzar, en tanto se continúan formulando políticas y planes a futuro que -en no pocas ocasiones- responden a una lógica obsoleta ante ciertos hechos que interpelan los cimientos de los sistemas educativos:
- Todas las personas son diferentes (no es posible plantearse metas de inclusión y equidad, si no se atiende a la diversidad)
- Los niños y jóvenes, hoy día, piensan y aprenden distinto (las Neurociencias tienen y tendrán durante los próximos años un rol central en la comprensión de esta dimensión aún poco explorada).
- Las instituciones educativas han dejado de tener la exclusividad como depositarias del conocimiento socialmente significativo y relevante.
- El sistema de educación formal ha perdido su monopolio como ámbito del aprendizaje (hoy se puede aprender cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar y por medio de cualquier soporte tecnológico)
- Los profesionales e instituciones educativas deben prepararse para participar -en forma simultánea- de procesos de adaptación y de innovación asociados tanto a sus contextos específicos de pertenencia como a las demandas de un mundo globalizado.
Por si todo esto fuera poco, se espera de las instituciones educativas que promuevan en niños y jóvenes la adquisición de un conjunto de habilidades propias de los tiempos actuales, mediante actividades y procesos de enseñanza y aprendizaje que desarrollen el pensamiento crítico, la resolución de problemas complejos, la gestión de relaciones interpersonales, la creatividad, la iniciativa, la inteligencia emocional, la orientación a resultados, la comunicación y coordinación con otros, el liderazgo, la negociación, la capacidad de adaptación, la iniciativa, la toma de decisiones, entre otras numerosas competencias. Así, los establecimientos educativos se conciben como entornos que fomentan la elección y adquisición de estas habilidades y apoyan su transferencia a situaciones de la vida real.
En este contexto resulta ineludible referirse al rol de las tecnologías digitales, aunque las elevadas expectativas y promesas emergentes de su incorporación a los sistemas educativos parezcan no haber sido cumplidas aún. En efecto, distintos estudios y evaluaciones internacionales muestran con frecuencia un panorama caracterizado por un bajo nivel de integración de TIC a las prácticas pedagógicas y currículos en general, y particularmente en el caso de la Formación Inicial Docente, revelando esto último una escasa preparación de los estudiantes de Pedagogía para enseñar integrando recursos tecnológicos. Por lo general, la presencia de las tecnologías digitales en las salas de clase no ha promovido aún cambios significativos respecto de los fundamentos epistemológicos, metodológicos y curriculares subyacentes a las prácticas pedagógicas de los distintos niveles educativos (por lo cual perduran, en muchos casos, concepciones, metodologías, modalidades didácticas y evaluativas propias de un sistema educativo “tradicional”). En consecuencia, no se evidencia tampoco una mejora sustantiva en los niveles de desempeño alcanzados por los estudiantes a partir de su uso (tal como lo indican distintos estudios, en particular uno realizado por la OECD en 2015[1]), lo cual impide asociar en forma clara y directa la utilización de las TIC en el ámbito educativo a la obtención de mejores resultados académicos, máxime en un escenario de fuerte desigualdad y heterogeneidad como el aún existente en la región latinoamericana.
Además, y en tanto el uso educativo de las tecnologías digitales no evolucione desde su dimensión instrumental hacia la constitución de entornos que promuevan el desarrollo de las competencias demandadas por el contexto socio-cultural y económico-productivo de pertenencia, no se estarán resolviendo los problemas existentes sino afianzando los barreras entre la educación formal y la realidad social.
«Por ello resulta imprescindible fortalecer la actual formación disciplinar y pedagógica de modo de contar con docentes calificados».
Así, la integración de las TIC en la Educación tendrá sentido como un componente al servicio de un ideal de formación integral bajo un paradigma de aprendizaje auto-regulado, situado, constructivo, personalizado y colaborativo, que no funciona en base a respuestas universalmente válidas sino con propuestas adaptables a los posibles contextos de aplicación. Sin embargo, para que esta visión sea factible de tornarse realidad, es imperioso preparar adecuadamente a los actores educativos fundamentales, lo cual implica establecer un foco de atención en la Formación Docente en general, y en la Formación Inicial en particular: sólo así los profesores podrán liderar el diseño e implementación de los cambios necesarios para enseñar en el siglo XXI. En este sentido, la variedad y complejidad de las competencias necesarias para educar en la era digital es tal, que éstas no pueden ser desempeñadas en su totalidad y al máximo nivel por un solo docente; y por otra parte, es necesario asumir que ningún programa de formación inicial puede brindar la totalidad de las herramientas que los futuros profesores necesitarán para enseñar a sus futuros estudiantes. Por ello resulta imprescindible fortalecer la actual formación disciplinar y pedagógica de modo de contar con docentes calificados para enseñar adecuadamente los contenidos y habilidades relacionados con su disciplina; pero atendiendo particularmente el uso de las tecnologías digitales que hacen los futuros docentes durante su formación, pues sólo a partir del propio desarrollo de habilidades de aprendizaje mediadas por TIC, podrán prepararse para promoverlas durante sus futuras prácticas de enseñanza. Precisamente, las dos ediciones del estudio internacional TALIS[2] revelan que la adquisición de habilidades TIC para la enseñanza ocupó el segundo lugar en el ranking de prioridades de capacitación demandadas por los docentes consultados, en tanto la edición 2013 del estudio agregó la adquisición de habilidades para usar nuevas tecnologías en el ámbito laboral, que ocupó el tercer lugar en las prioridades de capacitación formuladas por los profesores.
Así, el escenario actual revela una Formación Inicial Docente simultáneamente tensionada por demandas de formación en un sinnúmero de competencias generales y específicas necesarias para enseñar en instituciones educativas que ya han sido equipadas tecnológicamente y que aún cifran expectativas de desarrollar procesos de enseñanza más innovadores y creativos a partir del uso de las TIC. Por ello, y aun cuando es importante preparar a los docentes en el uso didáctico de las tecnologías digitales durante sus programas de formación, también lo es apoyarlos durante sus futuras prácticas para utilizarlos al máximo de su potencial. Sólo así podrán comenzar a generarse las condiciones adecuadas para afrontar los desafíos que se plantean respecto de los cambios que se producirán en las salas de clases durante los próximos 15-20 años, y que definirán–tal como conjeturara la OECD hace una década[3]– si las instituciones escolares mantendrán su status quo, si se transformarán y fortalecerán, o si irán perdiendo gradualmente su sentido. Estos importantes cambios se estructuran sobre 3 ejes centrales:
- Los nuevos modos de pensar y aprender: los más recientes aportes neurocientíficos dan cuenta de significativos cambios en el funcionamiento del cerebro humano a partir de las nuevas formas de interacción social basadas el uso de las tecnologías digitales. Claramente, esto implica nuevos formatos relacionados con los procesos de pensamiento en general y de aprendizaje en particular, que deberán ser considerados en el ámbito educativo.
- Los cambios tecnológicos cada vez más rápidos, profundos y masivos: las nuevas herramientas digitales de acceso a la información y de interacción social, sumadas al mejoramiento de la infraestructura de conectividad, se han desarrollado y diversificado exponencialmente impactando en la sociedad en forma rápida y masiva, y modificando sustantivamente tanto las formas de informarse y comunicarse, como el modo de aprender. Las instituciones educativas no están respondiendo lo suficientemente rápido a este desafío, y debieran prepararse para hacerlo: aplicaciones de realidad virtual y aumentada, superficies táctiles, cursos online masivos y abiertos, simulaciones en 3D, entre otros, serán recursos cada vez más visibles en las aulas e impactarán significativamente en las formas de enseñar y aprender (particularmente en la educación secundaria).
- La necesidad de transformación de las instituciones educativas: las salas de clase (al igual que las instituciones educativas en su conjunto) cambiarán sustantivamente durante los próximos años. Ante la demanda de prácticas de enseñanza y aprendizaje cada vez más sociales y mediadas por tecnología, se impondrán transformaciones de las estructuras escolares actuales, tanto en términos curriculares (la tradicional separación del conocimiento en distintos campos o materias será indudablemente revisada), pedagógicos (deberán superarse definitivamente los modelos didácticos basados en la transmisión del conocimiento, siendo reemplazados por metodologías más flexibles y personalizadas que respondan a distintos estilos de aprendizaje), como a nivel operativo y funcional (cambios estructurales de las salas de clase como espacios físicos, administración de tiempos, etc.). A partir de estas transformaciones, los estudiantes podrán aprender en entornos naturalmente enriquecidos por TIC para abordar y gestionar un conocimiento cada vez más envolvente, dinámico e interdisciplinario.
Lo indicado en los párrafos precedentes conlleva la necesidad de una profunda transformación de la Formación Inicial Docente, a los fines de estar a la altura del desafío de formar adecuadamente a quienes serán actores protagónicos de tales cambios. Los alumnos de carreras de Pedagogía necesitan ser preparados ya no sólo para los problemas de hoy sino también para los desafíos del futuro, mediante la adquisición de habilidades que les permitan desenvolverse en contextos socio-educativos inciertos y complejos. Aprender para enseñar en el futuro demanda la construcción de una capacidad para el aprendizaje permanente, esto es, no sólo con foco en los contenidos disciplinares, sino fundamentalmente en la habilidad de aprender, desaprender y reaprender de manera constante. Este enfoque también debiera incluir la capacidad de modificar las propias perspectivas a la luz de información nueva y relevante, a fin de brindar a los estudiantes la oportunidad de adquirir competencias para el pensamiento crítico, ganar habilidades sociales referidas al aprendizaje grupal y desarrollar autonomía para aprender. En estos contextos las tecnologías digitales devienen recursos esenciales de integración de las actividades que niños y jóvenes ya desarrollan a nivel social.
Sin embargo, es insoslayable considerar que la transformación de la Educación depende y seguirá dependiendo de las personas más que de la tecnología; por consiguiente, estas etapas transicionales deben ser enmarcadas en proyectos de sociedad más comprensivos y equitativos lo cual implica, nada más ni nada menos que “reimaginar” nuestra sociedad, a los fines de poder alcanzar transformaciones educativas y tecnológicas sustentables, efectivas y con un alto impacto para todos sus integrantes.
[1] OECD (2015). Students, Computers and Learning: Making the Connection. OECD Publishing: Paris.
[2] Teaching and Learning International Survey (OECD)
[3] OECD (2006). Schooling for Tomorrow: Think Scenarios, Rethink Education. OECD Publishing: Paris.